viernes, 23 de octubre de 2015

La cruel Naturaleza (II)

Tras la última entrada del blog, se me hace necesario continuar ésta dado el siguiente artículo publicado en la edición digital del diario El País hace pocas fechas: ¿Es necesario matar a los animales que ‘sobran’?
Comienzo pues.

Si el lector se detiene un poco y extrae los conceptos más importantes de este artículo, podrá percibir que los conceptos de caza, mundo rural, mundo urbano, tradiciones, ciencia y consideraciones humanistas se entremezclan en un contexto cuyo objetivo es alcanzar la reducción de excesos poblacionales de ciertas especies bajo unas consideraciones de índole específicamente humana. Para ello, se recurre a métodos anticonceptivos químicos incorporados en el alimento proporcionado a estas especies.
Es decir, resumiendo más el asunto, el artículo aboga por controles químicos poblacionales de ciertas poblaciones cinegéticas ya que la caza es cruel. Ahora bien, yo me pregunto: ¿qué es más cruel: la caza o la anticoncepción química impuesta?

En un sentido estricto pueden ser ambas ya que, si se trata de considerar a los animales igual que a las personas, ninguna de las dos opciones es aceptable.
Por otro lado, si es más cruel la caza por el posible sufrimiento y muerte de los animales, entonces ocurren varias circunstancias técnicas con resultados negativos: la primera, puramente efectiva, es que el control poblacional mediante anticonceptivos químicos resulta parcial y menos efectivo que la caza (ya que sólo se controla descendencia y no se eliminan progenitores). La segunda es económica porque, mientras que la caza genera beneficios, el tratamiento químico resulta claramente deficitario. Y una tercera sería de carácter medioambiental: la obtención de los anticonceptivos químicos requiere de procesos de síntesis artificial con flujos de entrada y salida de materias primas y desechos cuyos efectos pueden resultar nocivos al medio natural; además, la evacuación del anticonceptivo por parte del animal al natural también es susceptible de ser una acción contaminante. Aclaración: esta tercera circunstancia técnica puede ser aplicable para la munición cinegética empleada en la caza, pero no las otras dos precedentes.
Y, un tercer caso, sería estimar que el método anticonceptivo de carácter químico es más cruel -en todos los sentidos- que la caza. Ésta es la posición con la que me quedo por las tres circunstancias anteriores que, aunque al fin y al cabo resultan crueles a nivel técnico, tienen bastante menor importancia que una cuarta consideración ética y moral.
Trato de exponer esta cuarta pata: el empleo de tiempo y de recursos humanos y materiales en remedios químicos para el control de la reproducción de ciertas poblaciones molestas para un mundo más civilizado -teóricamente- se justifica por la supuesta crueldad que implican otras medidas más naturales (y tradicionales), pero ¿no hay suficientes problemas en el mundo que afectan a la misma especie humana y que requierirían de tiempo y de recursos para atajarlos con soluciones medicinales? 
Pero si esta razón no es suficiente hay más contundencia dentro de ella. ¿De verdad son métodos incruentos? Personalmente, los llamaría disuasorios o engañosos ya que no permiten el cumplimiento del ciclo natural de reproduccion a los animales que los ingieren. Si, además, suponemos sentimientos a éstos, ¿nadie se plantea qué sienten o experimentan ante la imposibilidad de cumplir con su cometido natural? ¿tampoco ante la negación de la descendencia por nuestra voluntad? ¿sabemos si sufren malestar psicológico? Todo ello al margen de los supuestos derechos porque, si los tenemos en cuenta, entonces se está cometiendo la enorme tropelía del sometimiento poblacional para no entorpecer unos intereses superiores.

En fin, un ejemplo de que la especie humana cada vez se aleja más de su origen natural y de que, en su intento tendencioso de ser "amiga" de la Naturaleza, se olvida de que forma parte de ella y que, para recuperar una mínima condición amistosa, hay que integrarse plenamente en ella; es decir, con crueldades naturales y no químicas.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

La cruel Naturaleza

En el último lustro, y especialmente en los dos últimos años, es frecuente presenciar enfrentamientos entre personas posicionadas a favor y en contra de las corridas de toros, generados, como es lógico, por las segundas.
Estas situaciones, en su esencia, suponen la cara más visible de dos tipos de pensamiento antagónicos y difícilmente conciliables -al menos, a día de hoy-; además, tienen más frentes de disputa abiertos como, por ejemplo, la caza.

Por un lado, las personas contrarias a toros/caza justifican su posición con argumentos basados en el sufrimiento y la muerte de los animales en contraposición al disfrute y la afición. Por otro lado, las personas que están a favor se apoyan en la sensibilidad instintiva o artística del hombre. Está claro que las posiciones de partida están bastante alejadas entre sí y que no hay puntos en común.
He preferido no mencionar un tercer grupo de personas que no beligeran en estos temas porque no están ni a favor ni en contra ya que les da igual o, simplemente, no les gustan pero respetan que les agrade a otras personas. En el fondo, este tercer grupo representa una actitud admirablemente democrática porque entiende que no se trata de asuntos que afecten al avance y la buena marcha de la sociedad y que, tarde o temprano, por plena evolución natural, no existirán o habrán transformado su contenido.

¿Por qué hemos llegado a esta situación?
Dejando al margen el origen y la razón de ser de corridas de toros y caza porque habría que remontarse algunos milenios atrás en cada caso, está claro que la sociedad era mayoritariamente rural hasta hace unos decenios y, actualmente, es más urbana. En consecuencia, está más separada de la Naturaleza y de las manifestaciones crueles de la misma; o lo que es igual, de que la existencia de los organismos vivos es una cuestión de muerte entre unos y otros por sobrevivir: la planta es engullida por el herbívoro o atacada por el insecto, éste -a su vez- es comido por el ave, el herbívoro por el predador, el predador es atacado por bacterias/virus y comido por carroñeros, las nevadas y las sequías causan auténticos desastres sobre los organismos vivos, etc. Es más, algunas especies matan por disfrute...sí, por disfrute ya que, tras la "masacre", se alimentan sólo con una parte de las presas cazadas. Este aspecto veraz muchas veces se obvia, se olvida intencionadamente o se desacredita por interés.
En este maremágnum de atrocidades para los ojos del hombre, las especies evolucionan y cambian, perdurando las que mejor se adaptan (ojo: no las más fuertes).
En la perspectiva urbana no cabe tan fácilmente que la Naturaleza sea cruel per se; de hecho, su belleza se percibe sin entender su violento metabolismo interno. A esta percepción equivocada hay que añadir la imagen bucólica que nos transmiten los medios de comunicación y difusión, humanizando las especies animales y suponiéndolas unos sentimientos y derechos similares a los humanos.

En la cúspide de la Naturaleza actual (porque dentro de muchos años será otra especie), y por razones obvias, nos encontramos las personas -o, técnicamente, el Homo sapiens-, lo cual significa -comparando con el resto de seres vivos- un mayor dominio del medio que nos rodea para nuestra pervivencia y beneficio. Es cierto que lo ejercemos de un modo bastante abusivo para el estatus biológico que más nos conviene pero, hablando en términos rurales, esto es "harina de otro costal".
Un ejemplo de tal dominio es que la evolución natural del hombre cada vez es más ficticia y más artificial gracias a la medicina ya que, mediante complejos atajos basados en recursos naturales, consigue readaptar biológicamente a aquellos individuos que, de manera natural, desaparecerían.
Volviendo al asunto que nos ocupa: cabe pensar pues que caza, toros y algunas otras manifestaciones que, a simple vista, pueden parecer crueles tienen un origen y un sentido natural que cambia, y hasta puede desaparecer con el tiempo simplemente por razones evolutivas. Negar estas evidencias supone alejarse de la Naturaleza y combatirlas luchar contra nuestra propia esencia, nos guste o no. Precisamente, estas actitudes negacionistas provienen, en su mayoría, de ámbitos urbanos donde el asfalto y el cemento son, metafóricamente, la tierra y los troncos de los cuales procedemos; es decir, la transformación que hemos obtenido de unos recursos para nuestra mejor pervivencia, beneficio y disfrute.