Es fácil comprobar que, en los últimos diez o
quince años, muchas de las nuevas zonas verdes creadas en los núcleos urbanos,
así como las remodeladas, han adquirido un aspecto menos verde -por calificarlas
de un modo sencillo-. Bastantes metros cuadrados que debieran tener,
principalmente, especies vegetales autóctonas son de adoquín, cemento, hormigón,
gomas o baldosa; es decir, superficies sintéticas, quedando las zonas verdes
auténticas como parterres discontinuos salpicados entre las innaturales
extensiones.
Muchas y ciertas pueden ser las razones que justifiquen
este tipo de actuaciones, pero lo que no es de recibo es denominarlas como “zonas
verdes”. Propongo cambiar el calificativo “verdes” por “de ocio”, “abiertas”,
“de descanso”, “de esparcimiento”, etc. Es evidente pues cómo se emplean términos agradables para una realidad que
se va alejando de su origen.
El ahorro en el mantenimiento es la clave que no
se cuenta. Regar, segar, abonar y resembrar son algunos de los cuidados
innecesarios para las superficies sintéticas, al margen de los medios humanos;
un buen barrido con o sin baldeo de agua da lustre y deja la superficie en
perfectas condiciones; eso sin mentar su dureza y, por tanto, resistencia al
deterioro. Si se echa un vistazo también a las verdaderas zonas verdes
(parterres), la decepción puede ser mayor porque se observen especies vegetales
foráneas no recomendables y tendencias estéticas (muchas de ellas asiáticas)
que emplean áridos volcánicos de colores a modo de capa superior con malla antihierba
por debajo para que las plantas indeseables no emerjan.
A mi juicio, se trata de un despropósito porque, independientemente
de la denominación, no hay que olvidar que las plazas, parques y jardines
tradicionales representan pequeños biotopos naturales para el sustento y
acomodo de especies animales, tienen un efecto regulador sobre la temperatura y
la calidad atmosférica, transmiten paisajes propios de la zona, emplean menos
recursos naturales y transformados y, lo que es más importante, permiten la
conexión entre el ciudadano y la naturaleza en una dimensión que es tanto más
acusada cuanto mayor es la urbe…entre otros beneficios.
Seguro que puede haber alguien que encuentre en
este texto un deseo de emplear céspedes, arbustos y árboles con necesidades
hídricas abundantes y arenas polvorientas con devastador efecto sobre ropas de
niños y estados de ánimo parentales. Al respecto sólo es preciso mencionar como
soluciones puntuales las especies vegetales autóctonas de la zona, los sistemas
de riego inteligentes con empleo de agua reciclada, la xerojardinería y los
áridos reciclados. Por supuesto, también la generación de puestos de trabajo sería
una consecuencia inmediata.
Vale. Será que hay otros intereses y prioridades.