viernes, 10 de enero de 2014

Zonas verdes adoquinadas


Es fácil comprobar que, en los últimos diez o quince años, muchas de las nuevas zonas verdes creadas en los núcleos urbanos, así como las remodeladas, han adquirido un aspecto menos verde -por calificarlas de un modo sencillo-. Bastantes metros cuadrados que debieran tener, principalmente, especies vegetales autóctonas son de adoquín, cemento, hormigón, gomas o baldosa; es decir, superficies sintéticas, quedando las zonas verdes auténticas como parterres discontinuos salpicados entre las innaturales extensiones.
Muchas y ciertas pueden ser las razones que justifiquen este tipo de actuaciones, pero lo que no es de recibo es denominarlas como “zonas verdes”. Propongo cambiar el calificativo “verdes” por “de ocio”, “abiertas”, “de descanso”, “de esparcimiento”, etc. Es evidente pues cómo se emplean términos agradables para una realidad que se va alejando de su origen.
El ahorro en el mantenimiento es la clave que no se cuenta. Regar, segar, abonar y resembrar son algunos de los cuidados innecesarios para las superficies sintéticas, al margen de los medios humanos; un buen barrido con o sin baldeo de agua da lustre y deja la superficie en perfectas condiciones; eso sin mentar su dureza y, por tanto, resistencia al deterioro. Si se echa un vistazo también a las verdaderas zonas verdes (parterres), la decepción puede ser mayor porque se observen especies vegetales foráneas no recomendables y tendencias estéticas (muchas de ellas asiáticas) que emplean áridos volcánicos de colores a modo de capa superior con malla antihierba por debajo para que las plantas indeseables no emerjan.
A mi juicio, se trata de un despropósito porque, independientemente de la denominación, no hay que olvidar que las plazas, parques y jardines tradicionales representan pequeños biotopos naturales para el sustento y acomodo de especies animales, tienen un efecto regulador sobre la temperatura y la calidad atmosférica, transmiten paisajes propios de la zona, emplean menos recursos naturales y transformados y, lo que es más importante, permiten la conexión entre el ciudadano y la naturaleza en una dimensión que es tanto más acusada cuanto mayor es la urbe…entre otros beneficios.
Seguro que puede haber alguien que encuentre en este texto un deseo de emplear céspedes, arbustos y árboles con necesidades hídricas abundantes y arenas polvorientas con devastador efecto sobre ropas de niños y estados de ánimo parentales. Al respecto sólo es preciso mencionar como soluciones puntuales las especies vegetales autóctonas de la zona, los sistemas de riego inteligentes con empleo de agua reciclada, la xerojardinería y los áridos reciclados. Por supuesto, también la generación de puestos de trabajo sería una consecuencia inmediata.
Vale. Será que hay otros intereses y prioridades.